Pocas imágenes hay más adorables que la del rostro asombrado de un niño ante un truco de magia. La incredulidad y dulce inocencia de su mirada son un tesoro que, lamentablemente, algún día abandonará en el baúl de los recuerdos. Y es que la belleza de lo inexplicable y la fascinación por lo desconocido nos atrapa de forma inconsciente, como si un interruptor se encendiera en nuestro interior alertándonos de que algo ahí fuera no se comporta de modo convencional. Pero el niño crece, y aprende que aquel viejo truco de naipes no encierra ningún hechizo sobrenatural, sino una lógica interna que, a primera vista, pasa desapercibida para quien lo contempla. Y entonces la magia desaparece. Allá donde antes sólo había exclamaciones ahora no hay más que interrogantes. El niño desea conocer, entender lo que escapa a su lógica, desentrañar los secretos de todo aquello que le rodea. Y su mayor aliado es la Ciencia. Nuestra civilización fue antaño un niño indefenso, expuesto a un universo desconocido donde todo eran preguntas, pero no había respuestas. Al contemplar una enorme esfera dorada sobre sus cabezas, los hombres se postraban adorando al ser celestial capaz de desplegar una muestra de poder de tal magnitud. Adoraban a la luna, las estrellas, los ríos y los volcanes. Todo en la naturaleza tenía entidad propia, una entidad envuelta en una espesa capa de encanto y misticismo. Pero un día esos niños alzaron los ojos y, desde el prisma de la Razón, comprendieron que aquello que antes adoraban no era más que un espejismo nacido de su ignorancia. Y la Razón dio paso al Progreso, y el Progreso a la Esclavitud Científica. Porque el hombre se ha hecho esclavo de lo demostrable y víctima del conocimiento. No concebimos nuevas ideas o tecnologías si no vienen acompañadas de una cantidad ingente de pruebas que las justifiquen. Y entonces lo sublime de su originalidad y la admiración por estos nuevos descubrimientos, se apagan por la fría mano de su lógica.
A estas alturas del siglo XXI pocas cosas son capaces de sorprender y maravillar al ser humano. Si alguien hubiera preguntado a Arquímedes si algún día el hombre sería capaz de volar, seguramente habría tomado la cuestión a broma, pero habría mirado al cielo soñando en lo maravilloso que sería flotar entre las nubes. Y ahora cualquiera de nosotros puede tomar un avión y viajar alrededor del mundo. Pero al embarcar las únicas cuestiones que nos planteamos son si llegaremos a tiempo a nuestro destino, o qué película proyectarán durante el trayecto. Casi nadie conoce en qué se fundamenta el vuelo de un avión, y únicamente nos preocupamos porque no se agote el combustible ni se averíe alguna de las turbinas. La Ciencia, la Investigación y la Tecnología han hecho el resto. Ya nadie disfruta de la belleza de sentirse volando. No somos conscientes de que en unos pocos siglos el hombre ha sido capaz de conseguir lo que la evolución tardó cientos de miles de años creando al primer animal volador.
El progreso exige resultados, y los resultados no necesitan ser hermosos, sino eficaces. La Naturaleza ve coartada su belleza de manos de la productividad. Y así perdemos la magia y con ella nuestra capacidad para asombrarnos. Pero nos equivocamos al entender la Ciencia como un fin, y no como un medio. El conocimiento científico es la herramienta de la que debemos servirnos para acercarnos al universo que nos rodea, y no para justificarlo. Como bien apunta Richard Dawkins en su libro “Destejiendo el arcoíris”, la belleza de este fenómeno natural no se pierde por el hecho de que la Ciencia haya sido capaz de desentrañar el por qué se origina ese maravilloso despliegue de luz y coloren un día de lluvia. Muy al contrario, su encanto se acrecienta al ser conscientes de la complejidad de su naturaleza. Efectivamente, muchos creen que la Ciencia destruye la magia y la belleza de todo aquello que toca. Es una especia de Rey Midas que transforma lo que entra en contacto con él, en algo valioso pero carente de su virtud original. Pero se confunden y, peor aún, nos engañan.
En este artículo pretendo mostrar que aún existen numerosas fronteras desconocidas para la Ciencia y que, por tanto, están envueltas en un cierto halo de misticismo e incluso se han tildado de paranormales. De hecho podríamos decir que los descubrimientos científicos realizados hasta el momento son meramente cosméticos, y quizá sólo constituyan el preludio del Gran Descubrimiento Final que la humanidad lleva milenios intentando desentrañar. Cuando el hombre sea capaz de esclarecer ese gran secreto, entonces seremos conscientes de la belleza que se esconde detrás del mecanismo que lo origina. En este sentido existe un fenómeno recurrente a lo largo de la historia para el cual la Ciencia aún no tiene respuesta. Este fenómeno es el conocido como “Sincronicidad”. Como veremos en las siguientes líneas, dicho fenómeno puede acercarnos a ese gran descubrimiento final que persigue la humanidad, y sobre el cual intentaremos arrojar luz a lo largo de este artículo. Si algún día la Ciencia llegara a demostrar la veracidad de la teoría que vamos a exponer, entonces no tendrá más remedio que arrojar sus hojas llenas de fórmulas y resultados, y quedar asombrada y sin palabras ante lo majestuoso de su belleza.

LAS GRANDES PREGUNTAS SIN RESPUESTA

Conexiones Transculturales
 
 La sincronía o sincronicidad existe desde que el hombre apareció sobre la faz de la tierra. Este término hace referencia, entre otros fenómenos, al desarrollo de tecnologías o estructuras, y a la realización de teorías o de grandes descubrimientos, en el mismo momento o en lugares muy distantes. Para entenderlo mejor pongamos algunos ejemplos. 
¿Cómo explicamos que grandes civilizaciones ya desaparecidas, como las civilizaciones precolombinas mayas y aztecas, o los antiguos egipcios de la región del Nilo, construyeran estructuras como las pirámides, con unas connotaciones espirituales, religiosas y culturales tan parecidas? Si tenemos en cuenta que dichas poblaciones nunca entraron en contacto, ¿qué fue lo que les llevó a diseñar estas monumentales construcciones? Aunque cada una de estas culturas añadiera sus propias aportaciones ¿por qué dos poblaciones tan diferentes, con ambientes y recursos tan heterogéneos, llegaron a conclusiones similares? ¿Qué tiene de especial este diseño geométrico, que las grandes civilizaciones históricas han acudido a él de forma recurrente? Otro ejemplo es el “hacha acheuliana”, herramienta muy extendida durante la edad de piedra que presentaba un diseño típicamente en forma de lágrima tallada simétricamente por ambos lados. En diferentes regiones y culturas los materiales de los cuales estaba compuesta eran muy variopintos. En Europa el hacha era de sílex, en Oriente Próximo de Cuarzo, y en África de una mezcla de silicio y cuarzo, de arcilla o de basalto. Su forma básica es muy similar y mantiene su funcionalidad, aunque la coincidencia en los detalles en su ejecución en todas las culturas no puede justificarse por el descubrimiento de soluciones utilitarias a una misma necesidad compartida, ya que el método de “ensayo y error” no es capaz de generar estas similitudes en los detalles cuando se trata de poblaciones tan alejadas en el espacio. A estos fenómenos de sincronicidad también se los conoce como conexiones transculturales, y siguen siendo una incógnita para el colectivo científico actual.
 
Un caso mucho más conocido y también muy llamativo de sincronicidad o conexión transcultural es el de las teorías sobre el origen del universo. Si hacemos un repaso por las diferentes culturas y religiones de la historia comprobaremos que existen semejanzas asombrosas en este aspecto. Sea o no infinito el universo, la imagen del Big Bang se asemeja bastante con la creación del mundo que propone la Biblia: “Hágase la luz. Y la luz se hizo”. Como bien señala Hubert Reeves en su libro “La más bella historia del mundo”, esta similitud hizo mucho daño en sus comienzos a la teoría científica del Big Bang cuando fue propuesta a principios de los años 30. En aquellos momentos incluso el papa Pio XII declaró: “La Ciencia ha reencontrado el Fiat lux”. Pero con el tiempo la teoría del Big Bang se ha acabado imponiendo al resto de proposiciones científicas para el origen del universo. En cualquier caso no es extraño que en ciertos momentos la Ciencia y la Religión entren en contacto, pero es de suma importancia que no se confundan. Mientras que la Ciencia trata de entender el mundo que le rodea, las religiones y las filosofías intentan atribuirse la misión de darle un sentido a la vida. Pero este caso concreto no afecta exclusivamente a la religión cristiana, ya que numerosas mitologías explican la creación del mundo como una gran explosión de luz. La imagen de un caos inicial que se transfigura paulatinamente en un universo organizado aparece en relatos populares de culturas tan dispares como la egipcia, sumeria, griega o la de los indios americanos. La representación del caos en todos los casos coincide en una simbología acuática, como una especie de océano inmerso en la oscuridad. La tradición maya relata: “Nada existía, a excepción del cielo vacío y el mar en calma en la noche profunda”. Un texto babilónico señala: “Toda la Tierra era mar”, y en el Génesis podemos leer: “La Tierra era sin forma y vacía, la oscuridad ocupaba la superficie de las profundidades, y el espíritu de Dios se movía por toda la extensión de las aguas”. Como se puede comprobar el parecido entre la teoría científica y la mitología popular es innegable. La cuestión fundamental es si se trata de una coincidencia o de un saber intuitivo. Puede que este hecho sea simplemente una muestra de la existencia de la Memoria del Universo.

Conexiones transpersonales
 

Quizá exista un tipo de sincronicidades con las cuales estamos más familiarizados pero no por ello nos dejan de asombrar tanto como las anteriores. Nos referimos en este caso a las conexiones transpersonales y otro tipo de sincronías que ocurren a nivel local o individual. Las mentes de los seres humanos parecen estar vinculadas de forma sutil pero efectiva. Ya Einstein declaró a mediados del siglo XX: “Un ser humano es parte de un todo que llamamos universo, una parte limitada en tiempo y espacio. El ser humano piensa que sus pensamientos y sus sentimientos están separados del resto, en una especie de espejismo de su conciencia. Este espejismo es un tipo de prisión para nosotros, que restringe nuestras decisiones personales y nuestros afectos hacia las personas que nos son más cercanas”. De hecho, la psicología actual parece haber redescubierto lo que Einstein ya había intuido anteriormente: que estamos unidos por conexiones imperceptibles que trascienden aquellas que se restringen a nuestros canales sensoriales.
Pongamos también una serie de ejemplos. Todos habremos oído en alguna ocasión acerca del vínculo especial que existe entre hermanos gemelos. Este es un fenómeno ampliamente documentado, como en el caso del libro “Twin Telepathy” de Guy Playfair, donde a través de numerosos estudios científicos se demuestra que más del 30% de los hermanos gemelos estudiados experimentaba una interconexión telepática (un valor estadístico muy significativo que descarta el hecho de que dicho fenómeno sea producto del simple azar). Pero esta conexión telepática no sólo se observa a nivel de hermanos gemelos, sino en general entre personas con estrechos lazos afectivos, como madres e hijos, matrimonios con muchos años de relación, e incluso entre amigos íntimos. El antropólogo A.P. Alkin descubrió que los aborígenes australianos están al tanto del destino de sus amigos y familiares aunque se encuentren a grandes distancias, mucho más allá del alcance de sus sentidos.
De esta forma un individuo era capaz de saber que un familiar había fallecido o que su mujer había dado a luz. Para evitar malas interpretaciones de estos estudios incluso se han desarrollado protocolos experimentales como la técnica Ganzfeld o la IMDSV (influencia mental a distancia en sistemas vivos). El empleo de estas técnicas sólo permite concluir que los resultados no pueden ser explicados desde un punto de vista estadístico, sino que dichas conexiones, que algunos podrían calificar de paranormales, existen de forma real.
El caso más excitante de las conexiones transpersonales es el de los conocidos como “efectos telesomáticos”, que vienen a demostrarnos que las personas no sólo pueden conectarse con otros individuos a través de la mente, sino que también pueden generar efectos sobre el cuerpo propio o de otros. Los efectos telesomáticos ya eran conocidos por culturas muy antiguas, y es a lo que los antropólogos se refieren como “magia simpática”. Los chamanes y los brujos practicaban en muchas ocasiones ciertos rituales mágicos no sobre la propia persona, sino un dibujo, muñeco o cualquier otra representación de la misma. Este tipo de magia simpática sigue practicándose en la actualidad, e incluso se han realizado estudios recientes que no pueden calificarse más que de asombrosos. En 1988 la revista Southern Medical Journal publicó un artículo del especialista en cardiología Randolph Byrd donde se había realizado un seguimiento de diez meses de duración de los historiales de pacientes de la unidad coronaria del hospital general de San Francisco. El doctor Byrd reunió a un grupo de personas corrientes que solían rezar en congregaciones católicas o protestantes. A este grupo de personas se les pidió que rezaran por la recuperación y mejora de salud de 192 pacientes, tomándose como grupo de control a otras 210 pacientes por los que nadie rezaba. Para evitar posibles perspicacias y errores experimentales nadie sabía a qué grupo pertenecía cada paciente, ni ellos mismos, ni las enfermeras, ni los médicos. Por otra parte, a las personas que tenían que rezar se les proporcionó el nombre de los pacientes y algunos datos sobre su estado de salud. Como cada persona tenía que rezar por varios pacientes, resultaba que cada paciente tenía entre 5 y 7 personas que rezaban por él. Como muestra el artículo en cuestión, los resultados fueron sorprendentes. El grupo de pacientes por el que se rezaba tenía cinco veces menos posibilidades de necesitar antibióticos respecto a los pacientes del grupo control, tres veces menos de desarrollar edema pulmonar, y ninguno de los enfermos por los que se rezaba necesitó incubación intratraqueal (aunque sí lo necesitaron doce personas del grupo control). Este estudio aporta nuevos datos sobre la eficacia de la transmisión telepática y telesomática de información y energía, que generan efectos reales y mensurables sobre las personas.

Sincronicidades
Finalmente, existe otro tipo de sincronicidad estudiada ampliamente a nivel psicológico, y cuyo mayor representante fue Carl Jung. Jung y el premio Nobel de física Wolfgang Pauli colaboraron estrechamente en el desarrollo de una teoría de las coincidencias que bautizaron con el nombre de Sincronicidades.
Pauli estaba especialmente interesado en las sincronicidades porque él mismo se sentía acosado por extrañas coincidencias, sucesos a los cuales sus colegas, malignamente, denominaban "efecto Pauli". Esto se debe que Pauli era un físico más teórico que experimental, por lo que pasaba poco tiempo en laboratorios. El problema era que cuando lo hacía, ocurrían roturas inexplicables de material o averías imprevistas de aparatos, ocurriendo estos sucesos con una frecuencia mucho mayor de lo que podría explicar la casualidad. El caso es que no hacía falta que el incidente ocurriera junto a él, sino que bastaba con que estuviera presente a diez o veinte metros. Frente a estos hechos, Jung y Pauli concluyeron que existían dos clases de principios de conexión en la naturaleza. El primero de ellos era la causalidad ordinaria, y que se refiere a los que estudia la Ciencia habitualmente. Esta causalidad se estructura de forma lineal: si A causa B, entonces para que se dé B, debe ocurrir primero A. Pero por otra parte desarrollaron el conocido como principio de conexión acausal y que fue denominado por Jung y Pauli "Sincronicidad" porque asumieron que, contrariamente al principio de causalidad, los acontecimientos acausales se estructuraban en el espacio y no necesitaban para relacionarse el concurso del tiempo. Esto supone que la sincronicidad admite que dos hechos se relacionen simultáneamente.
Jung fundó la teoría de la no causalidad, en colaboración con Pauli

Jung hace referencia a numerosas experiencias ocurridas a lo largo de su vida profesional. Según él mismo relata, cierta noche soñó que la cama de su mujer era una fosa profunda con muros tapiados. Era una tumba y recordaba algo antiguo. Entonces oyó un hondo suspiro, como cuando alguien expira. Una figura que se parecía a su mujer se incorporó de la tumba y surcó los aires. Llevaba una túnica blanca en la que había bordados extraños signos negros. Se despertó, despertó a su mujer y miró la hora. Eran las tres de la madrugada. A las siete de la mañana les llegó la noticia de que una prima de su mujer había muerto a las tres de la madrugada.

El Gran Descubrimiento Final. El Campo Akáshico
Tras repasar todo lo expuesto hasta este momento sólo puede surgirnos una pregunta. ¿Tiene la Ciencia respuesta a estos fenómenos? Y la respuesta es: “Quizá”. Desde hace ya unos cuantos años, ha surgido una teoría integral del todo (lo que los físicos conocen como TOE Theory Of Everything) que supone la existencia de un campo de información universal que se ha venido a denominar como el Campo Akáshico. El ejemplo clásico de este Campo Akáshico o Campo de Vacío Cuántico, lo propuso Christopher Laszlo. Para ello debemos imaginar un acuario repleto de peces que nadan tranquilamente entre rocas y plantas artificiales. En un determinado momento introducimos en el acuario un par de submarinos de juguete, capaces de moverse a través de una hélice que funciona a pilas. Al sumergir los submarinos, los peces asustados huyen rápidamente hacia las paredes del acuario, hasta que pasado un tiempo observan que no hay ningún peligro aparente y se tranquilizan. Pero ahora debemos observar más de cerca. Podremos comprobar que los propios submarinos se mecen de un lado a otro por el efecto del movimiento de los peces alrededor, o que alguno de los peces es arrastrado por la estela generada por la hélice de uno de los submarinos. Es decir, cada movimiento supone un impacto en todo lo que se encuentra en el acuario. Toda la materia del acuario se encuentra conectada en forma de ondas. Aunque no las observemos, las ondas dentro del agua transportan información.
Pero existen grandes diferencias entre el modelo del acuario y la realidad del Campo Akáshico. En el agua del acuario las ondas transmiten tanto información como una fuerza física de empuje, por lo que se puede sentir el impacto de la onda. En cambio el Campo Akáshico sólo transmite información, y no fuerza, por lo que no podemos sentir su impacto sobre nosotros. Además, en el agua las ondas van perdiendo velocidad hasta desaparecer, mientras que en el Campo Akáshico, al no existir rozamiento, se propagan sin atenuarse y a una velocidad mucho mayor a la de la luz. De hecho, conocemos la existencia del campo gravitatorio, del campo electromagnético, o de las fuerzas nucleares fuerte y débil, y del mismo modo que ocurre con el Campo Akáshico somos capaces de observar sus efectos (como la caída de una manzana de un árbol debido a la gravedad) sin observar el propio campo que lo genera.
Como este artículo no pretende ser un enmarañado texto repleto de fórmulas y enunciados de física teórica, sólo señalaré que la física tiene ya numerosos indicios de la existencia de lo que se denomina el “campo de punto cero del vacío cuántico” que daría respuesta a numerosos enigmas cosmológicos como el origen del universo por el Big Bang, o “la masa perdida del universo” (este último concepto hace referencia a que existe más fuerza gravitatoria en el cosmos de la que puede explicarse con la materia visible e incluso con la materia oscura). Esta teoría también permitiría explicar grandes enigmas de la física cuántica, como el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, u otros enigmas de la Biología como la supercoherencia de todos los componentes de un sistema vivo complejo. Todo el que desee conocer el fundamento físico de la existencia del campo de vacío cuántico puede acudir a numerosos recursos tanto en revistas científicas como en artículos publicados en internet.
Sólo comentaré que el campo de vacío cuántico está estrechamente relacionado con lo que se conoce como Teoría del Punto Cero o ZPT (Zero Point Theory), que explica cómo se comportaría el universo en el caso de alcanzarse la temperatura de cero absoluto. Sólo haré una breve referencia en este sentido. Algunos de vosotros conoceréis el concepto de superconductor. Si tomamos como ejemplo un aparato de resonancia magnética nuclear (que se emplea tanto en investigación como en diagnóstico médico) observaremos que una serie de grandes bobinas que conducen electricidad generan un enorme campo magnético. Estas bobinas han de estar compuestas por un material superconductor que genere el menor rozamiento posible. Para incrementar la efectividad de esta superconducción, las bobinas se mantienen a temperaturas muy cercanas al cero absoluto mediante el empleo de helio y nitrógeno líquido. Pues bien, la teoría del campo de vacío cuántico supone que dicho campo no presenta ningún tipo de rozamiento puesto que se encuentra en el cero absoluto. En efecto, no existiría movimiento de materia en el mismo, sino que se generarían ondas de torsión que podrían propagarse por este campo sin ningún tipo de rozamiento y a una velocidad muy superior a la de la luz.
Esto supone que cada uno de nosotros genera ondas de información que se propagan a través del vacío cuántico sin ningún tipo de oposición y afectando a todo lo que nos rodea, por muy lejano que se encuentre. Es decir, toda la materia del Universo se encuentra interconectada a través de un Campo de Información Universal. Este campo de información generaría interrelaciones no sólo entre individuos, sino también entre partículas, moléculas u organismos unicelulares.
Erving Lazslo es considerado el máximo defensor de la teoría del Campo Akáshico

En efecto, el Campo Akáshico transmite información a todas las cosas con todas las otras cosas. Pero esta información, aun siendo universal, no es uniforme. ¿Esto qué significa? Pues simplemente que la información se transmite de forma más directa e intensa entre cosas que son similares o isomórficas (cosas que tienen una forma básica similar, es decir, que son más parecidas). Por ejemplo, una bacteria es informada directamente por otras bacterias, pero esto no significa que no pueda ser también informada por un hombre, un átomo o un león. Simplemente ocurre que la información que le llega de estos últimos es menos intensa y evidente. La explicación a este hecho deriva del tipo de onda que genera cada cosa dentro del Campo Akáshico. Cuanto más parecidas sean dos cosas, más parecidas serán también las ondas que generan y, por tanto, será mucho más sencilla la superposición de esas ondas cuando entren en contacto generando una figura de interferencia.
Esto explicaría aún mejor las interconexiones personales mencionadas anteriormente, entre gemelos, familiares o amigos cercanos. Sus ondas se superponen de forma mucho más efectiva que con las de cualquier otro elemento presente en el universo, permitiendo así entender mejor los fenómenos de telepatía o los efectos telesomáticos, como simples manifestaciones de intercambio de información a través del Campo Akáshico. También daría respuesta al tipo de causalidad no ordinaria que, como se señaló anteriormente, fue propuesta por Jung y Pauli, de forma que dos cosas pueden estar conectadas simultáneamente (una no es causa y otra efecto, sino que ambas son causa y efecto). Y es que según la teoría del Campo Akáshico las ondas de información viajan a una velocidad muy superior a la de la luz, de forma que percibimos que ocurren al mismo tiempo (lo que ocurre es que realmente se están informando la una a la otra simultáneamente).
Por tanto, y para finalizar, en este artículo se presenta la existencia de un Campo de Información Universal que sería capaz de explicar numerosos enigmas para los que la Ciencia no tiene aún ninguna respuesta. Como es lógico, ni siquiera se ha demostrado que este campo exista realmente, aunque los avances de la física en el estudio de la Teoría del Punto Cero y de la existencia del vacío cuántico, suponen un empujón significativo a la hora de generar una base física fundamentada para la teoría que acabamos de desarrollar.
Pero además de estos argumentos científicos, debemos tener presentes dos grandes razones que nos harán pensar en lo cierto de la existencia de este Campo Akáshico. La primera de ellas es la experiencia propia que cada uno de nosotros seguro que ha vivido. Situaciones de sincronicidad que se nos han presentado y no hemos sido capaces de dar una explicación. Y en segundo lugar, y aún más importante, se muestra la belleza de esta teoría. Una belleza que la Ciencia nunca sería capaz de sepultar bajo toneladas de fórmulas y datos, pero, sobre todo, una belleza que nuca dejará de asombrarnos.

Fuente: http://barrasa.blog.com.es/